miércoles, 11 de julio de 2012

El muñeco de nieve casi perfecto.

Un pequeño pueblo amaneció nevado a principios de diciembre. A las diez, las calles ya estaba llenas de niños ya que las clases se suspendieron por la nieve y Julia y Alberto no iban a ser la excepción.
Julia fue a buscar a Alberto y juntos hicieron un muñeco de nieve. Le pusieron un abrigo hasta el suelo, dos botones por ojos... Por llevar, llevaba hasta zapatos. Era... Casi perfecto, pero Julia, al mirarle a la cara, un escalofrío recorrió su espalda:
-No me gusta, tiene una sonrisa diabólica, parece que va a cobrar vida de un momento a otro.
Pero Alberto le tranquilizó:
-No digas tonterías, seguro que son imaginaciones tuyas. Aunque si te paras a pensarlo... Si lo has hecho tú, muy bueno no puede ser.
Se alejaron riendo del muñeco mientras Julia le daba un codazo a su amigo.
A la mañana siguiente seguía nevando y Alberto y Julia fueron a ver a su muñeco.
Al llegar, observaron que a su lado tenía otro muñeco de nieve más pequeño casi tan perfecto como el suyo y, misteriosamente, tenía un gran parecido con un amigo de su clase. Intrigados fueron a buscar a su amigo a su casa, y cuando preguntaron a su madre por él, les dijo que no tenía ningún hijo. Nadie se acordaba de él.
En su pueblo siguió nevando y a cada día que pasaba, desaparecía otro niño, pero nadie más aparte de Julia y Alberto parecía darse cuenta y a las dos semanas sólo quedaban ellos y como Julia tenía mucho miedo decidió destrozar el muñeco.
Esa noche, Julia durmió algo más tranquila pero al levantarse e ir a ver al muñeco vio con horror que éste seguía intacto y... Que había un muñeco más que la tarde anterior. Alberto.
Julia, desesperada y muerta de miedo, fue a contárselo a sus padres, pero no la hicieron caso, ya que ellos no recordaban a ninguno de los niños. Al caer la noche, se encerró en su habitación y puso todo su empeño en no dormirme. A las doce en punto de la noche oyó pisadas por el pasillo y empezó a gritar, aunque lamentablemente nadie la escuchó y nadie acudió en su ayuda. Se abrió la puerta de su habitación y pasó el diabólico muñeco a su habitación. Se acercó silenciosamente hasta el borde de la cama de Julia, y, aunque ella intentó por todos sus medios no mirarle a los botones que tenía por ojos, que brillaban con un tono rojizo, no pudo resistirlo. Al instante, sintió cómo se le helaba el corazón y cómo, poco a poco, su cuerpo se transformaba, hasta que se quedó inmóvil, delante del espejo, donde pudo mirarse fugazmente antes de que el muñeco cargara con ella y salieran de la habitación.
Pasó el tiempo y la nieve se derritió, llevándose a los muñecos de nieve.
Una mañana llegó al pueblo un forastero y tras pasar alojado unos cuantos días en el pueblo le preguntó extrañado a un hombre que pasaba por la calle:
-Oiga, disculpe, ¿dónde están los niños? Desde que he llegado aquí no he visto a ninguno.
A lo que el hombre le respondió:
-¿Niños? Aquí nunca hemos tenido niños.