miércoles, 12 de septiembre de 2012

Atracción a la perdición.

Era una noche demasiado oscura hasta para estar en medio de un bosque, casi sin luna y por esta zona se notaba un frío que se metía hasta los huesos, congelándolos y dándote la impresión de que a cada paso que dabas se te iban a romper todos de golpe.
-¡Ahí estás! - le gritó un chico pálido a algo que se movió a su izquierda, pero al instante ya había desaparecido. 
Estaba de pie junto a una hoguera en un minúsculo claro del espeso bosque. 
- Deja de revolotear a mi alrededor que me mareo, ¡y sabes que todavía no tengo la vista desarrollada para ser capaz de verte si vas a esa velocidad!
-Pero si es muy divertido - dijo la sombra mientras se reía. Era una especie de ente sumamente oscuro, con los bordes difuminados y sin ningún tipo de rastro de cara, extremidades o cualquier otra cosa que pudiera recordar a un ser humano, salvo por su forma alargada. Su voz era como un susurro gutural proveniente de las profundidades de la Tierra, pero se escuchaba sin ningún problema estando cerca de ella.
Alrededor de la sombra se incrementaba todavía más el frío del ambiente, acompañado de una sensación de desolación, tristeza y odio.
-¡BASTA!
-Vaya, vaya, vaya, aprendes a mandar rápido, ¿eh?
La sombra fue aminorando la velocidad hasta que lo que deberían de ser sus pies se suspendieron a escasos centímetros del suelo y se colocó al lado del muchacho.  El ser realizó con una elegancia paralizante.
-Ya no hay vuelta atrás, ya te avisé.
El chico asintió débilmente con la cabeza. Según pasaba la sombra más tiempo al lado del muchacho, éste se volvía cada vez más pálido. Pronto no sería capaz ni de mantenerse en pie. En cambio, la sombra cada vez se hacía más y más grande.
-Muy bien, comencemos. 
La sombra se abrió, invitando al chico a adentrarse en esa oscuridad absoluta que era su cuerpo, si se puede llamar así.
El muchacho parecía haberse olvidado de lo débil que se encontraba y caminaba decidido hacia ella, mirando fijamente hacia el fondo de la oscuridad que tenía delante, y cuando rozó la superficie, el ente se contrajo hacia sí, tragándose al chico. 
Salió volando y se elevó muchos metros por encima del suelo, dejando atrás a los árboles más altos hasta que repentinamente se paró y empezó a bajar en picado de vuelta a la superficie hasta que se estampó contra la hoguera, lanzando un montón de chispas de un color negro anaranjado que es consumían a sí mismas al poco de entrar en contacto con el aire.
Parecía que la sombra estaba intentando entrar a través del fuego a una abertura demasiado pequeña para ella, ya que avanzaba a trompicones, pero desapareció a los pocos segundos de haberse adentrado en el fuego, apagándolo de golpe y sumiendo al bosque en una oscuridad que se asemejaba a la del cuerpo del ente.
Después de esto, un silencio impropio del bosque, incluso para ser de noche, se apoderó de todo él durante un largo período de tiempo, hasta que algo se movió al principio con mucha parsimonia, detrás de unos árboles cercanos al claro donde se encontraba la hoguera. Luego, poco a poco acelerando el paso, hasta correr a una velocidad alarmante, sin frenar ni pararse ante nada.
Cuando salió del bosque, se vio que era otro muchacho, aparentemente de más o menos la misma edad que el que acompañaba a la sombra, que corría en dirección al pueblo que había no muy lejos de allí.
En su cara, y en especial en sus ojos, se podía observar la viva imagen del terror puro y la desesperación de estar totalmente desprotegido, sin nada que te ayude de un asalto inesperado. 
No aminoró el paso cuando se adentró entre las calles del pueblo y casi se choca contra la puerta de una de las casas, pero se paró violentamente cuando le quedaban pocos centímetros para hacerlo Abrió la puerta con un sigilo inesperado de alguien que está en el estado de nervios en el que se encontraba y corrió haciendo el menor ruido posible hasta una cama vacía y deshecha donde se metió sin siquiera quitarse los zapatos, tapándose entero y cerrando los ojos muy, muy fuerte, como intentando olvidar todo lo que había visto esa noche.

martes, 11 de septiembre de 2012

Castillos de nubes.

Cuando estaba arriba parecía que el resto del mundo se encogía, que sólo estábamos el suelo, muy, muy lejano y yo y que nada más importaba.
Allí sólo me tenía que preocupar por las corrientes de aire y el tiempo, porque podía pasarme horas y horas volando sin parar y descender para descansar. Simplemente planeando, dejando que los vientos controlados me llevaran a territorios inexplorados por mis ojos, dejando a las nubes debajo de mi, librándome así de las lluvias, observando puestas de sol y amaneceres, contemplando el cielo, viendo cómo los días daban paso a las noches y éstas de nuevo a los días.
Porque yo, volando, era libre.