Cuando estaba arriba parecía que el resto del mundo se encogía, que sólo estábamos el suelo, muy, muy lejano y yo y que nada más importaba.
Allí sólo me tenía que preocupar por las corrientes de aire y el tiempo, porque podía pasarme horas y horas volando sin parar y descender para descansar. Simplemente planeando, dejando que los vientos controlados me llevaran a territorios inexplorados por mis ojos, dejando a las nubes debajo de mi, librándome así de las lluvias, observando puestas de sol y amaneceres, contemplando el cielo, viendo cómo los días daban paso a las noches y éstas de nuevo a los días.
Porque yo, volando, era libre.
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