Por fin estaba lista para irme de este lugar. Este lugar en el que me había criado, pero que no tenía ningún valor para mi aparte de cuatro personas, y una de ellas se venía conmigo.
Al cumplir los 18 años había decidido que me marcharía del pueblo, ya que en él no quedaba nada que ofrecerme y yo tenía demasiado espíritu aventurero como para quedarme atrapada entre esas cuatro casas pero lo que me sorprendió es que Eric quisiera acompañarme en mi viaje, por mucho que fuera mi mejor amigo. Él tenía su vida más que hecha en el pueblo, era el joven más prometedor, ya que era el más diestro con el hacha. Aunque visto así yo también tenía una buena vida preparada para mí, era la mejor con el arco y a la hora de cazar, era de los que más animales conseguía.
Habíamos estado preparando nuestra partida durante varios meses y al poco de empezar a planearlo todo me di cuenta de lo mal que me habría ido sola, ya que había muchas cosas que yo no podría hacer.
Llevábamos lo más indispensable: unas pocas ropas, comida toda la que podíamos cargar, ya que no sabíamos qué habría más allá de los terrenos que habíamos explorado, que no eran muchos y armas. Él con su hacha y yo con mi arco podríamos apañárnoslas como pudiéramos, o eso creíamos.
Al amanecer del día que habíamos acordado para la partida me levanté, cogí mi arco, el carcaj a rebosar de flechas, me los coloqué los dos agarrados al pecho y recogí del suelo la bolsa en la que llevaba todo lo necesario. La despedida con mis padres no fue muy emotiva, ya que yo no era muy dada a los sentimentalismos y no era muy raro en los pueblos de nuestra región que algunos jóvenes se marcharan al llegar a la mayoría de edad. Salí de la casa para ir a encontrarme con Eric en los establos, donde me estaba esperando. Ensillamos a nuestros caballos, los montamos y nos dirigimos por el camino del bosque que rodeaba al pueblo que llevaba al este. Lo habíamos elegido porque era el camino en el que más tiempo nos manteníamos en el bosque, ya que no queríamos llamar mucho la atención y avanzar en los primeros días lo máximo posible… Quizás también este camino había sido el afortunado porque al este, muy lejos de nosotros, estaba el mar. Y creo que no había nada que deseara más que ver el mar.
Desde muy pequeña había aprendido a nadar porque, al oeste, muy cerca de nuestro pueblo había un lago enorme al que me llevaba mi madre todos los días desde los cinco años hasta que aprendí, pero ya el lago se me había quedado pequeño.
Supongo que ese era mi sueño, vivir al lado del mar, poder nadar todos los días en él.