Cuando llegó al portal empezó a correr hasta que llegó a la parada del autobús, el cual estaba llegando en ese mismo momento. Consiguió encontrar un asiento y allí se quedó hasta la última parada.
Al bajarse fue directamente hacia el parque, donde había pasado momento inolvidables y maravillosos allí y se sentó en su banco, en el de siempre, y ahí se quedó hasta que se hizo de noche, recordando e intentando no pensar en nada más, sólo en los buenos momentos.
Desde que se fue no había hecho más que andar, sin saber adónde iba, pero le había prometido que estaría bien, y tenía que aguantar. Y, por nada del mundo, lloraría. El mundo no era lo suficientemente bueno como para que la vieran llorar.
A irse, se fijó en que ya habían florecido sus flores favoritas, así que se entretuvo un rato en coger algunas y cuando decidió que ya eran suficientes, las apretó contra su pecho, y no las soltó hasta que llegó a su casa y las puso en un jarrón en la mesilla de su cama.
Y así volvió a la rutina en la que estaba atrapada, pero ya no estaba sola. De alguna forma, esas flores le hacían compañía.
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