Pasábamos las noches juntos, en sueños, disfrutando de cada momento, exprimiéndolo al máximo, y cuando volvía a la realidad, era como si me dieran dos bofetadas bien fuertes nada más despertarme y me dijeran: "hala, venga, deja de ser feliz."
Cuando nos veíamos, fuera del mundo de los sueños, parecía que nada había cambiado, pero tenía sensación de que estábamos más unidos.
Claro, que lo que teníamos en los sueños, no podía salir de ahí. Esa realidad corrupta y podrida en la que vivíamos se encargaría de hacerlo añicos inmediatamente, por eso fingíamos, porque estoy casi segura de que él soñaba lo mismo que yo, que no existía ese mundo aparte donde podíamos ser nosotros mismos, donde no teníamos que preocuparnos por nada.
Cuando nos encontrábamos allí, parecía que había sido un largo período de tiempo el que nos había separado y que el tiempo que pasábamos juntos no era más que un instante, hasta que llegó el día en el que decidí cambiar eso. Y ese día, ninguno de los dos volvió a despertar a ese mundo triste. Nos quedamos para siempre en el de los sueños, volando a lo largo de todo el universo, recorriendo galaxias juntos.
Total, teníamos toda la eternidad por delante.
The Messenger.
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